LA PLAYA EN EL ASFALTO
Bruno Marcos
Ayer, un poco avergonzados, fuimos un grupo de docentes a manifestarnos a favor de la enseñanza pública en las puertas del gobierno. Al principio las pancartas eran más que los asistentes pero, luego, nos parecimos bastante a un grupo de manifestantes de verdad.
Al final tomamos el asfalto y es que hay algo somático en esa acción, es casi una experiencia erótica con la ciudad. Sentir en la planta de los pies la piel de la ciudad, la calle, robada, durante más de un siglo, por los coches. Todas las manifestaciones del mundo deberían ser justificadas por arrancar la ciudad a los coches y devolvérsela unos minutos, unas horas, a los ciudadanos. Nada de parques, nada de zonas peatonales, sólo unas horas, de vez en cuando, con el pretexto de una protesta, de una expresión o revuelta popular, poseer la calzada, tan lisa, tan erosionada, tan inaccesible porque, en ella, se ha implantado el movimiento absoluto, el constante rugir tóxico de los coches en su absurda ida y venida.
Desde mi balcón observo muchas veces el tráfico que no cesa. Me asomo por la noche y también están ahí, como fantasmas, muy despacio, como dinosaurios con sigilo, los trailers, que no pueden circular por la ciudad. A veces, un domingo de mal tiempo por ejemplo, da miedo, hay silencio, esos seres enigmáticos y ubicuos, los automóviles, no aparecen, ¿dónde andarán?
También controlo el valor extremo de los peatones, en ocasiones he observado la trayectoria de algunos que, fieles a la línea recta, atraviesan los parterres, las vías rápidas, una glorieta, una fuente, se paran unos minutos sobre la línea blanca que separa los carriles, y prosiguen, como si nada, su camino. Me acuerdo que el calvo hacía eso cuando estudiábamos en Salamanca y el chepo y yo, temblorosos, le seguíamos, como siempre, admirándole y rezando.
Hay dos niños hindúes que, agarrados de la mano y con sus trajes típicos, a la vuelta del colegio, trazan lentamente una diagonal de trescientos metros sobre el puente de la autovía entre los bólidos. Un día dos ancianas cargadas de bolsas de la compra siguieron caminando donde acaba la acera como si no lo hiciera y pasaron, cojeando y ayudadas de bastones, cinco cruces hasta tomar la acera nuevamente.
Las manifestaciones en sí habían dejado de interesarme después de lo de Irak. Allí empecé a disfrutar de esos paseos, de ese tiempo inaugurado para el caminar contemplativo, que siempre me niego.
La masa por su parte no deja de ser interesante. De pronto se crea una situación, una fiesta donde sólo había cotidianeidad gris y triste deshumanización. Apareció Wally y nos dio un pasquín y le hice reconocer que su imagen de activista ha mejorado mucho al hacer caso a mi recomendación de que dejase de darse gomina. Luego miro el pasquín y está firmado por corrienteroja, que resulta que es una incorrección ortográfica porque entre vocales va doble r. Se lo dije después, pero creo que, con la pitada y las consignas, no me entendió. Seguramente no quiso, hace bien. ¿No decía García Márquez que había que olvidarse de la ortografía porque es algo propio de la desigualdad social y que la promueve?
Bueno.
2 Comments:
cada vez te pareces más a tu maestro Trapiello,esa sensibilidad hacia lo más insignificante
Y que lleva haciendo durante años la gente de Reclaim the streets sino...
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